Explorando la vida a través de la reflexión: ‘Emociones y Pensamientos’ de José A. Sánchez Calzado
En un mundo marcado por la inmediatez y la superficialidad, detenerse a reflexionar sobre lo que sentimos y pensamos se convierte en un acto de resistencia. Emociones y Pensamientos: Volumen I, de José A. Sánchez Calzado, nos invita precisamente a eso: a contemplar la vida desde la profundidad de la introspección, sin adornos innecesarios, pero con la certeza de que hasta la frase más breve puede encerrar una verdad reveladora.
Este primer volumen de una serie de cuatro es un recorrido por pensamientos dispersos, nacidos del día a día, anotados en el teléfono móvil del autor para no ser devorados por el olvido. A medio camino entre la meditación filosófica, la confesión íntima y el desahogo poético, este libro se convierte en un espejo donde el lector puede reconocer sus propias inquietudes. A través de palabras directas, sin pretensiones, Sánchez Calzado nos invita a mirar hacia adentro y, en ese ejercicio, encontrar claridad.
Hemos tenido la oportunidad de conversar con el autor sobre su obra, su proceso creativo y las ideas que la atraviesan. Aquí te compartimos sus respuestas.
15 preguntas para José A. Sánchez Calzado
- ¿Cómo nació la idea de Emociones y Pensamientos? ¿Fue un proyecto premeditado o algo que surgió espontáneamente?
Sus inicios tuvieron la espontaneidad de aquellos manantiales con los que me gustaba jugar en mi niñez: surgían allí donde la tierra oponía menos resistencia, haciendo visibles las corrientes de agua que enriquecían la tierra. Empecé a escribir estas Emociones y Pensamientos en los momentos de tranquilidad que, una vez jubilado, son muchos, pues mi búsqueda del silencio y la paz se puede considerar una actividad en sí. Han ido naciendo de la observación y la meditación a las que soy propenso, anotándolos inmediatamente en ficheros específicos en mi teléfono móvil, con la conciencia clara de que lo que no se registra, muere, y con el ejemplo en mente de tantos buenos maestros que desarrollaron una labor intelectual humilde o brillante gracias a la metodología y la constancia de anotar lo que acudía a su cabeza y consideraban interesante. Me animaron unas palabras del filósofo francés Jean Guitton en su libro “El trabajo intelectual”, que leí hace años, y que me llenaron de inquietud por materializarlas: “Uno de los secretos de algunos novelistas consiste en no dejar que se pierda nada; no hay minucias para ellos, no hay realidades insignificantes. Lo mismo que para un pensador no hay ideas que no sean quizá un pensamiento”.
- Mencionas que muchas de estas reflexiones fueron anotadas en tu teléfono móvil. ¿Cómo fue el proceso de recopilarlas y decidir que merecían ser publicadas?
Algunos de los intelectuales a los que acabo de referirme solían llevar a todas partes un cuaderno para sus anotaciones, y algunos dormían con él a la cabecera, sobre la mesa de noche, a fin de anotar los pensamientos cuando despertaban durante la noche. En mi caso, al plantearme cómo anotarlos, me di cuenta de que tenía un instrumento sinigual que viene conmigo a todos lados: el teléfono móvil. Y así fui abriendo páginas de notas en las que añadía las reflexiones, y al llegar a 50 las enviaba a mi correo electrónico por medio del correo electrónico (aquí convendría insertar un emoji sonriendo). El resto era fácil: desde el correo lo vertía en un procesador de texto y lo trabajaba en profundidad.
- En el libro abordas temas como la introspección, la vida interior y el silencio. ¿Crees que vivimos en una sociedad que teme detenerse a pensar?
No creo que haya un miedo explícito, sino más bien una descarada tendencia a lo fácil y cómodo, y no corren tiempos en que esté de moda el esfuerzo. Además, reflexionar implica siempre compromiso de honestidad consigo mismo y con los demás, porque -al ser una actividad íntima- no admite la dualidad de la falsedad, pues implicaría un trabajo estéril. Mentimos a los demás, pero nos repugna mentirnos a nosotros. Sin embargo, admito que caemos con facilidad en una mentira no deliberada, que nace de no conocernos bien, debido a la falta de reflexión y examen, bien sea por prisas, comodidad o, tal vez, también por miedo. Esto lleva a la ausencia análisis en nuestras vidas y, como consecuencia, a conocernos mal a nosotros mismos, que es una forma de lamentable autoengaño.
En mi caso ya pensaba, y mucho, en mis años de intenso trabajo como oncólogo, pero no tuve la oportunidad de detenerme a plasmarlo en negro sobre blanco, consciente de que -con algo de suerte- todo llegaría.
- Hay una fuerte presencia del tiempo en tus reflexiones, tanto en su transcurso como en su percepción. ¿Cómo ha cambiado tu visión del tiempo con los años?
Está científicamente establecido que con los años se va teniendo una percepción más clara de la fugacidad del tiempo o, si se quiere, se es más consciente de vivir en la fugacidad, en lo “dramáticamente” pasajero. De hecho, dejamos de percibir adecuadamente el paso del tiempo, por utilizar una expresión común, quizás poco acertada. Tal sensación se acusa se hace más acusada al aumentar el contenido de la memoria y disminuir el de los planes, al avanzar por la vida, al recordar la cantidad de proyectos que no pudimos llevar a cabo y quedarán abandonados para siempre. Si añadimos el mucho tiempo perdido, ese que jamás se podrá recuperar, aunque la expresión al uso nos diga engañosamente lo contrario, entonces caemos en la cuenta de que cada minuto cuenta para seguir elaborando nuestro destino, que nunca se ha de dar por concluido hasta unos minutos después de la muerte. Estas son algunas de las razones por las que dedico al tiempo unas pocas reflexiones y de que sobrevuele en muchas otras.
- La brevedad es una de las características de estos pensamientos. ¿Crees que una frase breve puede tener más impacto que una larga reflexión?
No exactamente. De hecho, algunas se han hecho más explicativas al revisarlas con detenimiento. Pero conviene matizar. Creo que ha sido George Steiner quien nos ha recordado que la palabra escrita queda aprisionada en la rigidez de lo inamovible, como grabada en mármol, en contra de lo que pasa con la palabra simplemente hablada, cuya oralidad mantiene intactas sus cualidades creativas y su fuerza de sugestión, que siguen libres de ataduras y encorsetamientos. Yo, con la brevedad, he querido dejar abierto el diálogo conmigo mismo y que esas palabras “prisioneras” en los renglones del libro conserven suficiente libertad para interaccionar descaradamente con quienes se acerquen a su lectura. Así, cuando afirmo “Tengo la impresión de que a veces somos ateos por pereza”, no estoy definiendo a los ateos, sino zarandeándolos para que se pregunten si no habrán dejado de reflexionar sobre su ateísmo. Y, a la vez, estas palabras también interpelan al creyente, que puede estar instalado en la fe con la misma comodidad que algunos ateos en su ateísmo. Su brevedad la dota de una gran capacidad de sugestión, obligando al lector a trabajar “lo que el autor ha dejado por hacer”.
- Hablas de la fama y el anonimato en varios fragmentos. ¿Qué significa para ti la exposición pública de tus ideas?
Me ha costado dar el paso hacia su publicación. De hecho, he tardado varios años en decidirme. La razón es mi postura ante la fama -en el sentido de conocimiento por los demás-, a la que califico, más o menos, de “hermosa señora a la que nadie termina soportando”. En realidad, cuando tienes vida interior basada en valores espirituales -los que sean- y en emociones constructivas, la fama aporta poco a la vida, igual que le roban poco las detracciones y las críticas. La decisión de publicarlas nace de dos razones: la primera es que he publicado antes otros seis libros y no me he hecho famoso, así que no hay peligro con este; y la segunda es que al revisarlas me di cuenta de que contienen elementos -tan criticables como se quiera- que pueden ayudar a los demás a serenar la vida. Es el anonimato, el silencio en mi vida personal y familiar, la quietud de ánimo en medio de no pocos problemas, lo que en buena parte me ha llevado a publicar estas reflexiones. Es, también, la parte más interesante de mi existencia.
- A lo largo del libro aparecen menciones a la fe y la espiritualidad. ¿Qué papel juegan estos elementos en tu vida y en tu escritura?
La fe, la espiritualidad, son definitivas en mi vida, sobre todo en esta etapa en que la perspectiva existencial es limitada, aunque admito que ya desde mi juventud tuvieron gran influencia en mi forma de ver el día a día y en la génesis de mis valores. Además, no pocas enfermedades personales me han enseñado a no confiar demasiado en mi cuerpo y a no descuidar mi alma, mi ánimo, mi espíritu. Esto no significa que crea en que alma y cuerpo tienen cada cual sus propias aventuras; no, esto no funciona así. En cuanto personas, somos alma, espíritu, cuerpo y mente, que interactúan en unidad, no en confusión. Me gusta decir con ironía que mientras estamos en esta vida, hasta el alma -inteligente y racional- actúa a través del cerebro, inteligente y racional. Y tal conjunción no deja de maravillarme. Es fácil deducir que, al ser la espiritualidad cristiana importante para mi vida, también lo es para mis escritos, pero sin caer en ñoñerías ni beaterías, dicho sea en el sentido más peyorativo. De hecho, en los pocos relatos y novelas que he publicado, toco los asuntos y circunstancias más variados, como dicta la vida misma.
- Dices que escribir es un placer, pero publicar te genera cierta incomodidad. ¿Por qué decidiste compartir estos pensamientos con el público?
Sabía que esta pregunta saldría en el blog, pues publicar entra en contradicción con mi espíritu intimista. Es aquí donde -sin duda- se manifiesta el perfil más comodón de mi personalidad. Además de ser la parte más creativa y, por tanto, la que más satisfacciones produce, escribir permite mantener intacto el silencio y la soledad, esos componentes de la intimidad sin los que la creatividad se quedaría en un deseo, una especie de anhelo más o menos frustrante. Publicar es exteriorizar, compartir los propios valores, sentimientos, “emociones y pensamientos”, lo que implica exponerse ante los demás apenas vestido con el ropaje de las palabras, que más que ocultar mi interior, lo exponen. Además, publicar implica esa otra labor, tan necesaria como potencialmente tediosa, que es el repaso. En este libro he tomado los múltiples repasos al texto original como parte del proceso creativo, redimensionando algunos pensamientos, mejorando la forma en que están expresados, o desechando algunos por poco profundos o reiterativos. En fin, he procurado superar mi resistencia a ser conocido con la naturalidad de compartir. Además, me resultaba patente que los pensamientos madurarían bastante al prepararlos para la publicación.
- En Emociones y Pensamientos también hay una presencia marcada de la ironía y el humor. ¿Escribir con cierto desapego o humor te ayuda a procesar la vida de manera más ligera?
La vida me ha enseñado que la ironía -siempre que no vaya directamente contra las personas- es una eficaz y simple manera de resolver problemas o, al menos, de centrarlos para ponerlos en el sitio que deben ocupar. Al igual que la vida interior, me ayuda a relativizar los conflictos, fijándome en las paradojas y contradicciones que encierran muchos de ellos. Descubrir tales paradojas y exponerlas jugando con analogías y polisemias es un reto, un estímulo para quienes escribimos, aunque sea a un nivel tan elemental como el mío. Pero -y esto es lo más importante- también he descubierto en mis andares por la vida que la ironía sin humor puede ocultar un ladino resentimiento, algo de lo que he huido siempre, porque he aprendido mucho del valor redentor de la benevolencia.
- Si tuvieras que elegir una sola frase del libro que mejor te represente en este momento de tu vida, ¿cuál sería y por qué?
En vez de una, elegiría dos. La primera por su carácter interior, psicológico y experiencial: “En los defectos del carácter se refugian quienes han renunciado a luchar”. No requiere mucha explicación. Es expresión de mi forma de andar por la vida: con esfuerzo y disciplina se pueden modificar las aristas del carácter, y hasta moldearlo, llegando a una auténtica transformación interior, que nunca se puede dar por acabada. La otra es más externa, más relacional: “Si alguna vez te ves obligado a enjuiciar las acciones de otros, procura que tu juicio sea provisional y abierto”. El juicio es inevitable, pues forma parte de nuestras expresiones ordinarias, de nuestra manera común de hablar y hasta de los comentarios descuidados, pero el aire de provisionalidad pretende respetar la capacidad de cambio y mejora de la persona enjuiciada; es un acto de afabilidad. Ambas expresan algunos de los valores que rigen mi vida personal en estos momentos.
- Has mencionado que esta obra es el primer volumen de cuatro. ¿Qué podemos esperar de los siguientes?
Esos otros volúmenes están escritos, pero no trabajados. Supongo que seré más selectivo a la hora de elegir los pensamientos, las emociones que se quedarán definitivamente entre sus páginas, lo que no implica que las vaya a trabajar más, pues las que acaban de ver la luz han recibido mucho cariño, atención y dedicación. Es posible que acometa un reordenamiento para facilitar su lectura, o que haga algunas de ellas algo más explicativas, algo que aun no tengo claro, pues -como he comentado hace un momento- esa mayor explicación esclavizaría más el contenido de las palabras y dejaría menos margen al lector para hacerlas suyas, para construir sus emociones y pensamientos sobre los míos, o paralelos a ellos, o distanciándose de ellos, pero siempre a partir de ellos. Cuando publicaba artículos científicos de oncología, cada uno contenía -en estilo, metodología, bibliografía- todo lo que había aprendido en los anteriores, con alguna mejora adicional. Espero que con las “Emociones y pensamientos” pase lo mismo.
- El amor, el bien y la verdad son conceptos recurrentes en el libro. ¿Crees que la sociedad actual los ha relativizado en exceso?
Absolutamente. Los sucesivos racionalismos, desde el ilustrado hasta el científico, y el subsiguiente relativismo, han generado y a la vez un subjetivismo que ha progresado hasta plantearse más o menos así: “No hay verdad, y si la hay, no la podemos conocer, y si la conocemos, cada cual la conoce a su manera y, por lo tanto, cada uno tiene su propia verdad que los demás no tenemos derecho a perturbar o invadir. Todo lo más, podemos ponernos de acuerdo para generar una verdad que nos ponga a todos de acuerdo en lo que deseamos, verdad que cambiaremos por otra cuando veamos que altera esa convivencia o -simplemente- porque se nos antoja a la mayoría”. Resulta curioso que a esos compromisos de convivencia los llamemos verdades y los utilicemos como argumento para negar la verdad. Es una de las mil contradicciones de la sociedad occidental, bastante perdida en sus cambiantes idolatrías. Por el contrario, yo sí creo en una verdad primordial de la que todos participamos, pero que por su naturaleza eminentemente espiritual no estamos preparados para ver. Además, hay una verdad contenida en cada ser por el solo hecho de ser, que podríamos llamar verdad ontológica, y hay otra añadida por las circunstancias, que podríamos denominar verdad por dignidad. Ambas reales, pero muy olvidadas, porque nuestros sentidos externos e internos se han embotado con la inmediatez de lo material y son capaces de ir más allá de lo asible. Luego está la verdad trascendente y revelada, guía para encontrar y profundizar en las demás. Lo mismo podríamos decir del bien que es la verdad, no bajo el aspecto racional, sino moral. En cuanto al amor, es un “valor” profundamente deteriorado en nuestra sociedad, empeñada en hacer de él un sentimiento -amo porque lo siento-, lo cual es un infantilismo, pues convierte un acto de la voluntad, conectado por tanto con la razón, en un velero gobernado por el quebradizo timón de los sentimientos. Para colmo, confundimos sentimientos con sensaciones, de manera que si el amor, en cuanto sentimiento, no nos llena de sensaciones arrebatadoras a modo de tiritonas o convulsiones apasionadas, entonces, es que el amor no existe. Por eso tendemos a decir cosas tan peregrinas como “Lo siento, no te quiero ya. Se me ha acabado el amor”, cuando -en realidad- el amor crece cuanto más se comparte, como todo bien espiritual.
- A lo largo del libro hay una constante tensión entre la aceptación de la vida y la lucha por cambiarla. ¿Dónde crees que está el equilibrio entre ambas?
En la capacidad de adaptación. No descubro nada al afirmar que tendemos a frustrarnos con demasiada facilidad ante inconvenientes o contradicciones que podríamos considerar ordinarias, lo cual asumo como consecuencia de un ánimo poco hecho a adaptarse a los cambios e inconvenientes de la existencia. Para mí, cuando estos se presentan, debemos situarnos “en su interior”, con todas las incomodidades físicas y anímicas, e incluso fragilidades, que la situación conlleve, y desde esa posición, empezar a cambiar lo que encontramos inadecuado, chirriante, injusto o contradictorio. Pienso que los verdaderos cambios se hacen desde dentro; no son necesarias las llamadas revoluciones para mejorar la vida. Solo se precisa flexibilidad -que es una característica de la capacidad de adaptación-, cierto espíritu analítico, esperanza y la voluntad de ir modificando lo que percibimos como nocivo.
- En tus reflexiones hablas de la importancia de la adaptación y la resiliencia. ¿Crees que la capacidad de adaptarse es una virtud innata o algo que se aprende con los años?
En parte acabo de responder a lo que me preguntáis. La capacidad de adaptación es la cualidad innata que nos permite evolucionar a mejor. Digo innata, porque está presente en la mayoría de las especies, y no hay por qué pensar que los humanos somos diferentes. Lo realmente distinto en nosotros es el aprendizaje, que forma parte de esa misma capacidad de adaptación; sería -digámoslo así- como la parte no heredada de la misma, fruto de la experiencia personal, de la observación y análisis del entorno, de los valores adquiridos y cultivados, de la reflexión pausada sobre las posibles soluciones de los problemas individuales y sociales. Como en tantas áreas de nuestra personalidad, nacemos con cualidades adaptativas que luego habremos de aplicar, desarrollar y perfeccionar. En cuanto a la resiliencia, es un término que me gusta poco, por superfluo, pues se refiere a la capacidad de adaptación, pero sin la fuerza expresiva de esta. En sentido absoluto, no existe verdadera resiliencia en el ser humano, ya que nadie queda como estaba después de una experiencia cualquiera -no digamos si es estresante o lesiva-, pues al salir de ella hemos sumado el conocimiento aportado por dicha experiencia, que de alguna forma nos ha transformado, nos ha hecho un poco más maduros o nos ha dejado un poco más heridos. No somos materiales de construcción, a los que se aplicaba originalmente la propiedad de la resiliencia.
- Para terminar, ¿qué le dirías a alguien que se acerca a Emociones y Pensamientos sin saber muy bien qué esperar?
Que se asome a sus páginas sin prejuicios, pues no los he tenido al escribirlas. Que lo haga pensando que incluso las proposiciones aparentemente más seguras contienen un halo de duda que las deja abiertas al diálogo interior de cada uno, de cada una. No es un libro-guía, porque no soy gurú de nada, aunque no renuncio a expresar experiencias, valores y principios que contribuyen a una vida presidida por la prudencia -que es sensatez moral-, el compromiso y ciertos valores que hacen anímicamente confortable la propia existencia, volviéndonos a la vez más asequibles a los demás.